Dos jarrones caen. Uno contiene vida. El otro, muerte.
Es la prueba más sencilla del reino de los dioses. Estirar una mano. Elegir.
Sheel falla de nuevo, ambos jarrones se estrellan contra el suelo cristalino.
***
De niño, Sheel nunca pudo dominar el arte de pintar en la arena.
—¿Por qué solo hay dos colores? —preguntó.
Blanco: la luz cegadora de la muerte, del olvido. Negro: el suave espacio entre las estrellas, donde las almas nacen.
—Pinta con el negro, luego el blanco —dijo el puente divino—. Dibuja cada columna, cada hilera.
Sheel mezcló blanco y negro hasta volverlo gris, después pintó flores en el borde del universo, sabiendo que éstas crecerían y morirían, cada flor sosteniendo la procedencia de su progenitor y las semillas de sus descendientes, cada una destinada a la obsolescencia. Vivir, pensó. Morir. Una y otra vez.
***
Es la prueba más sencilla.
—Estira tu mano —dijo el puente divino—. Elige.
Dos jarrones chocan contra el suelo cristalino.
***
Cuando Sheel nació, expulsado desde el centro de una estrella, alcanzó el puente divino con ambas manos a la vez. Entonces el puente divino supo que Sheel traería problemas.
***
Es la prueba más fácil porque: ¿quién no elegiría vida? El jarrón negro contiene la sustancia del universo. El jarrón blanco contiene la luz que llega al final.
Todos los dioses eligen el jarrón negro. Es la primera prueba.
La prueba más sencilla.
Dos jarrones se estrellan contra el suelo cristalino.
***
—Sheel —dice el puente divino—. Estoy cansado de esto. Te dejaré pasar. Únete a tus hermanos. Aliméntate del polvo de futuras estrellas. Toca las flores que crecen al borde del universo. Continúa con las siguientes pruebas que te esperan allá.
—No he elegido aún —dice Sheel.
Dos jarrones chocan contra el suelo cristalino.
El puente divino siempre supo que Sheel traería problemas. Quizá por eso el puente divino lo ama mucho más que a los demás.
***
Cuando Sheel tenía cinco días de edad (los dioses crecen rápido), observó la estructura de su mente. No solo había luz y oscuridad. No solo muerte y vida. Entonces supo que, a diferencia de sus hermanos, él no viviría para siempre. La luz cegadora lo llamaba, la misma que aparece al principio o al final de los tiempos (dependiendo de dónde empiece uno), pero primero, Sheel iría al espacio entre las estrellas, al lugar donde hay tantas cosas por crearse y deshacerse, y crearse otra vez.
***
—Elegirás la muerte —dijo el puente divino—. He presenciado todas las cosas, y eso es lo que veo.
—No haré eso —dijo Sheel.
—Quizá elegirás la vida —dijo el puente divino—. He presenciado todas las cosas y a veces olvido un poco de lo que veo, pero esto es seguro: todos los dioses escogen la vida.
***
Sheel nunca ha visto algo más bello que los árboles que crecen en los jardines cristalinos, donde la luz refracta como diez mil espléndidos soles. Estos árboles no debieron ser creados. En todo el reino de los dioses, son los únicos seres vivientes que pueden morir.
Los árboles, para Sheel, son una representación del tiempo, el cual solo puede tener significado si cambia. Cada hoja que se mece en el viento flota solo por un momento.
***
Dos jarrones caen.
Sheel se estira y alcanza ambos.
—Hiciste lo que dije que harías —dice el puente divino—. Te vi atrapar la vida. Te vi atrapar la muerte.
—Hay más cosas que hacer —dice Sheel, observando la arena que reposa dentro de cada jarrón.
—Cruza ahora —dice el puente divino—. Haz lo que tengas que hacer. —El puente divino cruje al desplegarse—. Cuando estés listo, serás el único de tus hermanos en cruzar de regreso.
El puente divino se estremece con tristeza, conocedor de todas las cosas, observando el día en que su amado cruzará de vuelta hacia el blanco de la nada. La estrella de donde provino Sheel brillará hasta los confines más lejanos del universo, y luego morirá como todas las estrellas, viendo su luz continuar.
—Cruzaré de nuevo cuando esté listo —dice Sheel, mezclando arena clara y oscura, formando una flor gris en sus manos—. Primero, tengo muchas cosas que hacer.
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