Nunca olvidaré la primera vez que vi a Victoria. Estaba allá, algo lejos, en un vecindario aledaño. A pesar de la distancia, el brillo de su mirada me embriagó. La calma en su sonrisa, sincero reflejo de su alma buena, me cautivó al instante. Y yo no era el único perplejo. Por obvias razones, los demás también notaban su belleza. Resultaba imposible pasar por alto su presencia. Desde aquel día solo añoré tener a Victoria aquí en mi humilde morada. Verla de cerca, saber más de ella, dejar que ella supiera de mí; pensando en eso se me fueron varios años.
Por desgracia, la profesión de mi amada despertó en mí una serie de emociones jamás experimentadas. Quererla se volvió tanto un placer como un martirio. Sin poder hacer algo al respecto, vi a Victoria paseando alegremente por distintas constelaciones. La vi danzar con gracia entre dunas y manglares. Presencié el roce de su tacto, milagroso elixir de vida, posándose en cuerpos comunes, ignorantes, poco dignos, que nunca eran el mío.
No sé cómo explicarlo. Ser testigo de la dicha ajena provocó que algo se rompiera dentro de mí. Un veneno agrio, sucio y vil contaminó cada rincón de este triste ser. Quedé irreconocible. Era un ente corrompido, podrido hasta el núcleo, víctima de un sentimiento crudo y hostil: "celos", creo que lo llaman algunos.
Luego decidí cambiar. Al principio no fue sencillo. Profundamente arrepentido, y alejado de la bella Victoria, ajusté las partículas de mi alma hacia direcciones más virtuosas. Tomé como referencia las bondades de mi amada. Observé con atención, esta vez sin ira, sin resentimiento. Me dispuse a aprender de sus gestos amables, de los dones de su carisma, para así al menos sentir un poco de su esencia inmaculada.
El resultado fue asombroso. Hice propias las cualidades de Victoria. Cerré heridas nunca antes tratadas. Aplaqué los demonios que tanto me atormentaban, y el brillo que emanó de mí brindó un tibio cobijo a mi vecindario. Entonces ocurrió lo impensable: al pie de mi puerta, como quien dice, oí los pasos de la dicha. La recibí entusiasmado. Ella se adaptó a mi entorno. Hizo lo suyo. Anduvo alegre alrededor mío y, finalmente, la amé sin descanso. Me entregué por completo. Le di todo: cada átomo, cada fibra de mi espíritu. Y por fortuna, ella correspondió con suaves caricias. Me volví quieto, sereno, partícipe de una emoción indescriptible, sumamente gratificante: "felicidad", creo que la llaman algunos.
No recuerdo bien cuánto pasamos juntos. Un pestañeo. Una eternidad. No importa. Jamás habría sido suficiente. Porque mi amor se extendía más allá de toda vida mortal. Porque mi capricho superaba cualquier dimensión tocada por el tiempo. Luego ocurrió lo inevitable, aquello que le ocurre a los mortales: un día ella dejó de existir. Volvió al polvo y a la niebla, a ser una con el cosmos, y desde entonces, me entregué a una oscuridad total.
Antes de perderme en el abismo, busqué el origen de mi extraña obsesión. Desgarré mis entrañas en el intento. Desarmé los propios enlaces que mantenían unida mi materia. Pero todo fue en vano. Nunca comprendí la naturaleza de mis instintos. No supe qué me llevó a entregarme de tal forma a la belleza humana. De todas las criaturas, de todas las especies, ¿por qué ella en particular me causó semejante estupor? Siempre será un misterio. Solo supe que era hermosa, que sembraba vida a su paso, y que en su jocundo andar gozaba de darle nombre a las cosas. Nadie como ella.
Caí en un pozo sin fondo. Me sumí en una espiral de violencia. Derrumbé de tajo los pilares de mi hogar. Resquebrajé las leyes del tiempo y del espacio, contagiando al cosmos de mi pena mortal. Un eterno vacío. Un singular punto de agonía. Altamente denso, carente de orden o de reglas. No había rastro de mi antiguo brillo, ni pista de que fui una estrella.
Consumí cualquier tipo de sustancia; incluso la luz sucumbió al inminente cataclismo. Lo absorbí todo, mas nunca llené el agujero negro que dejó la ausencia de Victoria. Agoté las posibilidades. Al fin provoqué la nada. Ahora empezaré de nuevo. Arrojaré todo allá afuera, esperando que del polvo y de la niebla, mi amada vuelva a mi hogar.
Copyright © 2025 PLANETA MISTERIO - Todos los derechos reservados.
Usamos cookies para analizar el tráfico del sitio web y optimizar tu experiencia en el sitio. Al aceptar nuestro uso de cookies, tus datos se agruparán con los datos de todos los demás usuarios.