Parece un chiste, pero recién sucedió. Un par de arcanianos entran a un bar y piden, para empezar, una ronda de old fashions. Discuten sobre la posibilidad de que una mosca en un vaso de whisky pueda desencadenar un conflicto armado a nivel mundial, a partir de una nota que acaban de leer en una revista. Uno de ellos, que llamaremos simplemente arcaniano A, presupone que el asunto es posible en la misma proporción que probable, como un Suceso Estable de Congruencia Exponencial, si el sentido común se establece como preponderancia. El arcaniano B no está de acuerdo, en primera instancia, porque es imposible observar la ficción en su conjunto. A partir del Principio de la no completitud de Korzybski, incluso si fuera posible construir un sistema de primer orden para su estudio predictivo, no podríamos pasar de la axiomática de Gödel, lo que limitaría a priori las posibilidades de generar un modelo prospectivo de largo alcance, sin olvidarnos que existe un factor x condicional en cualquier ecuación que intente analizar el comportamiento humano. Bien, me queda claro, pero en este caso específico, ¿el factor x es azar o suerte?, pregunta el arcaniano A, después de tomarse de una lo que le quedaba en el vaso. No lo sé, contesta el otro, pero apostaría que se trata de mala suerte, lo dice pensando que la situación considerada se ubica dentro de una escala de tonos grises, desde una acción cuidadosamente planificada, hasta el desastre por la concatenación desafortunada de eventos como un efecto de bola de nieve. La gracia está en que sucedió así, ¿no crees?, agrega el arcaniano A, quebrantando la tranquilidad del silencio, como una desagradable mosca en el plato de la reflexión.
Ahora bien, recordemos que los arcanianos son una especie de naturaleza futurística, cuya racionalidad se basa en el análisis de las ondas de probabilidad de baja densidad y alta frecuencia que trastornan el continuo espacio-tiempo. Muchos los confunden con una fuente potencial de adivinación, por su capacidad para generar conocimiento inferencial reactivo, pero no es así, para ellos, todo lo que es tiene un significado definitivo, en una red de confluencia de sentido probable, como parámetro de realidad posible. No por nada son conocidos en el bajo mundo como los hijos bastardos de Fibonacci, y, más comúnmente reconocidos, como mercachifles cantores o jilguerillos de la abundancia.
Regresemos al relato de los hechos, pero retrocedamos un poco. La discusión entre los arcanianos comenzó con una nota que habían leído en la Weird Tales, revista bimestral sobre sucesos fuera de lo común y relatos de ciencia ficción. El resumen de la nota podría ser el siguiente:
Es invierno, unas semanas antes de Navidad. Un par de burócratas gubernamentales salen del trabajo y se dirigen al bar más cercano. Uno pide un whisky seco, el otro, una cuba libre. Éste descubre una mosca flotando en la bebida de aquel, pero no dice nada, tal vez por apatía o por una deficiencia en su carácter, sino hasta después de muchos tragos, cuando están hasta las manitas, posiblemente como descargo de conciencia. El burócrata que por descuido se traga la mosca, al enterarse, comienza a sospechar de las intenciones de su compañero de juerga. La situación se tensa al grado que en cualquier momento podrían llegar a los golpes. A continuación, se define la racionalidad de los involucrados como reflujo operativo de la doctrina, para poder estructurar el contexto. Se trata de un par de agentes informáticos de rango promedio del Departamento de Defensa, encargados de interceptar las comunicaciones entre personajes diversos del ámbito nacional, que podrían identificarse como mensajes encriptados, dentro de una complicada trama de espionaje y terrorismo. Pertenecen al sector conocido como Sistema Antirreflejante de la Seguridad Interior (SASI), debido a las capacidades de sus agentes para intuir y revelar el subtexto de ciertas coyunturas, más allá de lo imprevisible, como indicios incriminatorios de procesos criminales cuidadosamente articulados, a fin de prevenir conflictos de carácter exponencial. Así, para el que se tragó la mosca, el acto de hacerlo, por la no intervención del otro para evitarlo, podía significar, desde una declaración de principios de un agente doble, de un sucio espía o de un vil traidor, hasta un atentado contra su persona, en un posible caso de envenenamiento que podría ocultarse bajo el diagnóstico de una enfermedad letal poco común, al entrar en contacto con un agente patógeno en las alas del bicho, como el ántrax, se le ocurrió de inmediato. El asunto era de doble filo: si se trataba de traición, él mismo quedaba salpicado, por complicidad pasiva, lo que lo dejaba fuera de combate, y lo obligaba en última instancia a guardar silencio, si es que quería salvar su carrera dentro de la SASI; en cambio, si se trataba de un acto de sabotaje, lo peor que podría pasarle era sufrir en carne propia una terrible agonía, hasta terminar en la morgue. La cosa no pintaba bien. A todas luces, las consecuencias eran negativas, solamente restaba programar la ruta crítica antes del colapso. Tenía dos opciones: 1. Dejarlo pasar, esperando que de alguna forma se revelara como un simple malentendido, o 2. Seguir su instinto, tomar el asunto entre sus manos y apretarlo, hasta lograr extinguirlo por asfixia. Todo agente, en su lugar, haría lo segundo. Le jugaba en contra que su compañero estuviera al mismo nivel. Probablemente ambos terminarían muertos para el final del día, y así sucedió. La investigación posterior determinó la posible existencia de una conspiración en curso, que involucraba a más de una agencia de inteligencia enemigas, lo que podía desembocar en casos aislados de terrorismo al interior, orquestados con el objetivo último de dar muerte al presidente, lo que encendió las alarmas de inmediato y puso en alerta a las fuerzas castrenses, ante lo cual otros ejércitos también comenzaron a movilizarse, como respuesta preventiva, desembocando en un conflicto de orden mundial cuando salió a la luz una crónica periodística sobre el caso, llevada a cabo por una cadena global de noticias.
En fin, el arcaniano A llegó a la conclusión de que la mosca no era más que una tuerca en un complejo mecanismo de relojería de un dispositivo paranoico de potencial bélico, mientras que el arcaniano B suponía que era la evidencia de un sinsentido que deformaba la realidad. Afuera llovía, y por un momento, el rumor de las gotas eclipsó todo lo demás. Uno se quedó callado, pensando para sí que la razón humana era una enfermedad mental incurable, el otro se limitó a darle pequeños sorbos a su bebida, disfrutando de la fugaz anestesia de la lengua, tratando de no pensar en nada; se le había ocurrido que cualquier suposición era la evidencia a priori de una derrota decantada, mejor dejarlo así. En el fondo, ambos sabían que el asunto no tenía mayor relevancia, sino como ficción, mediante la lectura compartida de la nota, al conformar, entre ambos puntos de vista, una fluctuación en la dimensión del texto de la historia terrestre. La mosca era un acento prosódico sobre lo indecible. Un pretexto para no tener que concentrarse en lo realmente importante: el procesamiento de la investigación en curso. Por más que resulte inverosímil, los arcanianos son burócratas de rango medio del Departamento de Defensa del Sistema Solar 441HG de la Vía Láctea, encargados de formular ecuaciones, a partir de ciertas hipótesis sobre sucesos al azar, con el fin de evitar potenciales conflictos a nivel planetario. Actualmente se traen entre manos un problema de crisis ecológica que involucra una serie de parques acuáticos y a su dueño, un magnate albino de origen danés. El manual de operaciones indica que una crisis ecológica, en un planeta como la Tierra, debe incluir tres elementos básicos para el planteamiento de su ecuación: clima, cantidad y calidad del agua, y población específica. Sin embargo, el problema en cuestión se complicaba por la intervención de un agente patógeno externo: la naturaleza propia del magnate, pues todo apuntaba a que se trata de una incongruencia transdimensional cuya latencia produce una paradoja de Banach-Tarski, que enajena el campo de percepción. Están entre la espada y la pared. Bajo la apariencia de un simple caso de avaricia corporativa, se oculta un callejón sin salida. En otras palabras, al final del túnel no había luz, sino vacío. Los arcanianos, debido a su rango, no cuentan con los recursos suficientes para realizar un estudio integral, por lo que están atados de manos, y lo único que les queda por hacer es disfrutar de sus bebidas y pasar el rato. El reporte final será archivado como Pérdida de Tiempo, Clase B, para una futura investigación de mayor alcance, mediante la reformulación tangencial de la perspectiva y el proto-análisis del campo definitivo.
La anécdota es la siguiente; dependerá del lector encasillarla como evento fortuito o fractura de sentido, más allá de la coincidencia de hechos. El bar donde ocurre la nota sobre la mosca es el mismo donde discuten los arcanianos, lo cual no tiene nada de extraordinario, sencillamente es producto del turismo morboso, a partir de que ambos conjuntos de seres, los terrestres y los alienígenas, trabajan en la misma ciudad, y más allá, por la curiosidad que degeneró de las acciones de unos en la intervención circunstancial de los otros. La magia ocurre en lo específico, cuando descubrimos que los arcanianos, sin saberlo, se sentaron en el mismo lugar que los otros, como una réplica del proceso, y más allá, si consideramos que uno de los arcanianos descubrió flotando, en el old fashion de su compañero, no una mosca, sino una abeja, pero a diferencia de lo que sucedió en la nota, lo dejó pasar como si se tratara de una simple broma del destino, considerando que, de lo contrario, se desencadenarían una serie de eventos que podrían llegar, incluso, a desestabilizar la entropía del campo de realidad.
Más tarde, algunos tragos de por medio, salieron del bar, se dieron la mano y partieron cada quien, rumbo a su hogar, en los suburbios. Se suponía que esa noche, los aficionados a la astronomía podrían disfrutar de la llamada Luna de Sangre, fenómeno óptico producto de un eclipse que tiñe de rojo la cara visible del astro, como una pantalla traspuesta entre el cielo y nuestro planeta. Sin embargo, en lugar de Luna de Sangre, el satélite parpadeó por un instante como un estrobo de luz verde y morada para luego desaparecer sin explicación alguna. Uno más, de tantos, infinitos sucesos paranormales que ocurren todos los días, en los límites de la realidad, informó la Weird Tales, unas semanas después.
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